Hay pocas cosas a las que uno se mantiene unido o fiel a lo largo de
su vida: un puñado de personas, determinados lugares y paisajes, ciertos
olores, un equipo de fútbol, algunas aficiones, unos pocos libros y películas o
las canciones y grupos que marcaron momentos y épocas del camino.
No voy a enumerar ahora aquí mis filiaciones y fidelidades. Sólo
traigo a esta primera entrada del blog una de ellas, la que justifica su
título. Estoy hablando de los Ilegales, cuyo culto se inició en mi caso un
agosto de hace unos 30 años con aquel flechazo inicial en un bar de Begur, en
la Costa Brava, donde escuché por primera vez “Tiempos nuevos, tiempos salvajes” mientras tomaba,
probablemente, una Voll-Damm.
Ese amor veraniego a primera vista sobrevivió al regreso vacacional y
se ha prolongado hasta hoy, tiempo en el que sus seguidores suspiramos por una
gira en la que Jorge y su banda nos hagan de nuevo “sentirnos salvajes” en el discobar.
En estas tres décadas, he visto a Los Ilegales en multitud de lugares
y en muy distintas situaciones personales. Sin embargo, los compañeros de
conciertos han variado poco: mi hermano Claudio, coautor de este blog, nuestro común amigo Miguelín, compañero insustituible de conciertos, comidas,
bebidas, tertulias, viajes y placeres en general y los menos habituales últimamente Punti y Javi.
Me vienen a la memoria noches en muchas salas y auditorios de
Madrid, siendo El Sol la más repetida. Lugares tan inesperados como Barbate o más previsibles como Barcelona o Vitoria forman parte de mi memoria histórica ilegal. También atesoro buenos recuerdos de postconciertos
con Jorge en las propias salas o en bares cercanos como El Templo del Gato en
Madrid.
Las anécdotas y sucedidos en más de 20 conciertos darían para varias entradas
del blog, pero no es el momento. Volviendo al asunto del nombre, lo he tomado de
la introducción del tema “África paga”, con el que comienza el disco “Agotados de
esperar el fin”, segundo en la dilatada carrera de Los Ilegales.
La letra de la introducción dice:
“No éramos más que una banda armada.
Buscando un sitio en cualquier parte.
Y aunque camine... nunca llegaré.”
Me parece que la última frase, que da título al blog, expresa muy bien
la realidad del recorrido vital del ser humano. Caminar sin llegar a ninguna parte.
El arte consiste en hacerlo divertido.
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