Fueron días intensos, de largas caminatas a la busqueda de codornices que otros perros y cazadores no eran capaz de levantar. Tiempos otoñales, soleados o con la bruma envolviendo los rastrojos de los maizales. Era emocionante ver el trabajo de Star, su valiente y decidido drahthaar, rastrear metódicamente el terreno y paralizarse al ventear las piezas, codornices casi siempre y alguna perdiz ocasionalmente.
Nunca olvidaré el lance del disparo a la perdiz que voló más allá del maizal y ya en la vertical de un intrincado arroyo que corría veinte metros más abajo, cayó desmadejada tras el escopetazo. Era un milagro cobrarla entre la vegetación y las aguas semiestancadas, pero lo logró.
Todo esto viene al hilo del día que más feliz vi a mi primo, que fue cuando consiguió cazar una becada, en un bosquecillo de robles. Nunca perdía la ocasión, cada vez que encontrada un terreno propicio, para olvidar las codornices y dedicarse a la búsqueda de la misteriosa becada, que tenía en lo más elevado de su altar como cazador.
Un tiro muy difícil, entre los troncos de los árboles y desafiando el vuelo entrecortado, silencioso y zigzagueante del ave. Nunca le vi tan feliz. Durante mucho tiempo guarde el increíble pico articulado como un fetiche de ese día.
Viene todo esto a cuento de un artículo que publicó Ramón Besa, que además de fútbol, sabe de otras muchas cosas -entre ellas escribir bien-. Bajo el título ''El misterio de la becada', se esconde toda la filosofía y la mitología en torno a la becada. Está maravillosamente contado y me hizo volver a unos años lejanos y enormemente felices, recorriendo sembrados y campos en los suaves otoños e inviernos de La Vera.
La imagen de la becada es de Wikipedia