Veamos:
¿Cómo voy a escribir la primera entrada al
blog? El hecho es que cada vez tengo menos ganas de decir algo. Siempre he sido
bastante parco y he preferido escuchar a hablar. Sobre todo hablar por hablar.
No sé por qué razón aplico a mi vida diaria una suerte de versión radiofónica
de la realidad, de modo que asisto a corrillos, conversaciones a dos,
alocuciones varias, como viviendo en un segundo plano. Aporto algo cuando creo
que debo aportar y procuro mantener la boca cerrada antes que caer en la
redundancia o en la vacuidad. Me atormentan esas conversaciones en espiral en
las que un interlocutor va modelando muy sutilmente sus argumento repitiéndolo
sin cesar tantas veces como lo hace el contrario en un toma y daca sin fin. Saltan
las alarmas cuando constato que he reiterado frases más de una vez y me prometo a mí mismo
no volver a permitirme semejante desperdicio de razones al hablar.
Lo cierto es que ahora no estoy
hablando. Estoy escribiendo y todo lo
escrito anteriormente es sobre el acto de hablar o más bien sobre el de hacer
economías con las palabras. Sospecho, por experiencia propia, que las personas
que no gozamos de una gran memoria,
participamos en una conversación versada como si estuviéramos haciendo
un examen de esos que se plantean a modo de test en los que, al ver las
opciones, somos capaces de identificar
lo que sabemos. Sabemos que lo sabemos pero no somos capaces de sacarlo de
nuestro interior. Eso es lo que diferencia a un erudito reconocido de un
sabedor anónimo que se enrosca en su propia timidez.
En cualquier caso considero que
esta primera entrada ha sido un ejercicio de no decir nada pareciendo que decía
algo. Por algún lugar tenía que entrar a esto. Veremos cómo se va desarrollando.
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