viernes, 6 de septiembre de 2013

Las palabras y la memoria

Veamos:

¿Cómo voy a escribir la primera entrada al blog? El hecho es que cada vez tengo menos ganas de decir algo. Siempre he sido bastante parco y he preferido escuchar a hablar. Sobre todo hablar por hablar. No sé por qué razón aplico a mi vida diaria una suerte de versión radiofónica de la realidad, de modo que asisto a corrillos, conversaciones a dos, alocuciones varias, como viviendo en un segundo plano. Aporto algo cuando creo que debo aportar y procuro mantener la boca cerrada antes que caer en la redundancia o en la vacuidad. Me atormentan esas conversaciones en espiral en las que un interlocutor va modelando muy sutilmente sus argumento repitiéndolo sin cesar tantas veces como lo hace el contrario en un toma y daca sin fin. Saltan las alarmas cuando constato que he reiterado  frases más de una vez y me prometo a mí mismo no volver a permitirme semejante desperdicio de razones al hablar.

Lo cierto es que ahora no estoy hablando.  Estoy escribiendo y todo lo escrito anteriormente es sobre el acto de hablar o más bien sobre el de hacer economías con las palabras. Sospecho, por experiencia propia, que las personas que no gozamos de una gran memoria,  participamos en una conversación versada como si estuviéramos haciendo un examen de esos que se plantean a modo de test en los que, al ver las opciones, somos capaces de identificar lo que sabemos. Sabemos que lo sabemos pero no somos capaces de sacarlo de nuestro interior. Eso es lo que diferencia a un erudito reconocido de un sabedor anónimo que se enrosca en su propia timidez.

En cualquier caso considero que esta primera entrada ha sido un ejercicio de no decir nada pareciendo que decía algo. Por algún lugar tenía que entrar a esto. Veremos cómo se va desarrollando.

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